Regreso de Siracusa

El gran filósofo griego Platón, siempre tuvo la ilusión de poner en práctica su teoría política, dado que no era posible en Atenas, lo intentó en Siracusa, una colonia griega en el sur de Italia. Desengañado de la democracia ateniense, prestó sus servicios y consejos al tirano Dionisio. Pero el pensamiento y la política no casan bien. Ética y moral son palabras que los gobernantes no utilizan nunca, porque prefieren desconocer su significado. Platón tuvo que salir huyendo de Siracusa con la amenaza de ser convertido en esclavo.

Veinticinco siglos más tarde, Martin Heidegger, en plena revolución nacionalsocialista, se hizo cargo del Rectorado de la Universidad de Friburgo, con el similar propósito de intervenir desde la filosofía en la nueva realidad revolucionaria. Su intento acabó de la misma manera que la de su maestro Platón, tuvo que abandonar su puesto de Rector, para regresar a su cabaña en la Selva Negra, lugar que le servía de refugio e inspiración. Pero antes tuvo que escuchar de un colega rival la pregunta: ¿De regreso de Siracusa?

Un personaje cuyo nombre prefiero no mencionar, en su póstuma autobiografía, menciona que en una rueda de prensa un periodista le preguntó, en qué consistía la felicidad. Cuando todos estaban esperando una respuesta del tipo: lo más importante en la vida es alcanzar tu sueño y conseguir el éxito, toda la concurrencia se quedó sorprendida cuando nuestro oculto personaje respondió: la felicidad consiste en vencer a la frustración, cuando llega.

Y en esas me encuentro. Regresando de Siracusa, decepcionado y desengañado, con el rabo entre las piernas e intentando vencer a la frustración, para volver como siempre a la guarida con el inicial propósito de no salir jamás. Claro que poco a poco la búsqueda de la felicidad hará que vaya venciendo a la tristeza, al desaliento y la desazón. Y haciendo caso a Samuel Beckett en sus gloriosos versos: Siempre intentándolo, siempre fracasando. Inténtalo de nuevo, fracasa de nuevo. Fracasa mejor.

Ya lo decía el gurú de los Angloaburridos, como los bautizó Francisco Umbral, Juan Benet, en una frase lapidaria y acertadísima: Nunca llegarás a nada. Pero ahí seguiré, recordando a Fernando Fernán Gómez y su Viaje a ninguna parte. Aunque supongo que todo es mucho más sencillo y todo tiene una explicación satisfactoria, aunque en este momento no sea capaz de verla, como esa realidad que se muestra constante y pertinaz ante nuestro ser.

 

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2 comentarios

  1. Estoy en total desacuerdo con usted, desde luego no es un fracasado. Modestamente pienso que un fracasado es aquel que no lo intenta y usted no sólo lo intenta si no que lo consigue. Y consigue dar satisfacción a alguien como yo , por el simple hecho de ser su amigo. Y además usted no sólo vence a la frustración cuando llega, por eso es feliz, si no que además ayuda a que otros también venzamos nuestras frustraciones. Y como soy de los que se preocupa cuando un amigo puede sentirse mal, sepa que además de darle un beso como siempre le mando un abrazo. Pues eso Viejo lobo.

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