Hablar por hablar

La expresión hablar por hablar me parece acertadísima, y hacerlo de cualquier cosa me resulta maravilloso, sin que se tenga pretensión de ningún tipo y ni mucho menos convencer a nadie de nada, sin buscar querellas, diatribas, pero tampoco coherencia y sensatez. Huyo de la praxis aburrida y prefiero jugar con las palabras y las ideas, e incluso defender una de éstas y su contraria sin que el discurso se vea en esencia alterado. Tampoco necesito que el interlocutor me preste atención, ni que esté callado escuchando con atención lo que digo, incluso prefiero que mientras expongo mi perorata, haga él lo mismo con la suya. Hablar es un auténtico placer. Es decir, el placer es mío. Pero tengo que reconocer que unos temas me interesan más que otros y hablar con unas personas me interesa, me gusta, me agrada más que hablar con otras. Uno de esos temas es acerca del origen o exégesis del proceso creativo y hacerlo con alguien que domina el excelso arte de la pintura muchísimo más. En mi reciente viaje a Madrid tuve ocasión de conversar en el estudio de su casa y rodeado de oleos: unos terminados, otros retocados y algunos recién comenzados con la afamada pintora Pilar Urbino. Todavía resuenan en mi memoria sus palabras cuando exponía que para pintar necesitaba pasar en su vida personal una etapa de felicidad, de sosiego, o al menos de esperanza, comentaba que, si no se encontraba serena y de buen ánimo le era imposible crear, dado que ella pensaba que la obra no es solo acometer el artista un proyecto, en este caso de cuadro, sino que es la obra-cuadro la que se le muestra al artista para ser pintada. Cuando escuché aquello me dije a mí mismo: Eureka! El famoso y reiterativo, que va y viene vocare, entendido no como vocación profesional, sino como una llamada de atención de la naturaleza a nuestro entendimiento, nuestra inteligencia, nuestro espíritu, nuestra percepción, nuestra sensibilidad, para que intentemos hacer de esa llamada algo perdurable, imperecedero, en busca de la eternidad, aunque se produzca en un instante, pero que sea eterno. Ya advertía el maestro Eugenio d´Ors que tanto en el arte, en el amor o en la ciencia, establecer distancia con el objeto de nuestra atención suele tener resultados más satisfactorios que mantener una actitud encimista. Dejar y permitir que el objeto de amor, de creación de investigación, se acerque a nosotros, llevándonos a un encuentro final es mejor opción. Aunque si éste último no se produce o no es el adecuado lo que procede es desistir, una retirada a tiempo es una victoria decía Napoleón. Y si le agregamos a eso una buena sonrisa, la despedida perfecta está servida. Este final es para decir un simple, sencillo y sincero: GraZZias ZiZou! Hasta Siempre!

Momento crativo

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